Hace poco tuve una “cena de
empresa” que se convirtió en reunión familiar. La vida, que a veces te
sorprende. Lejos de ser una situación violenta y poco más que un compromiso, se
convirtió en una velada agradable y en una bonita experiencia con la que no
quiero aburrirte; lo que me ha llevado a escribir sobre esa noche es una
historia que contó mi padre. Supongo que el vino, el chupito de aguardiente y
la copa de después tuvieron algo que ver, pero el caso es que estuvo relatando batallitas de sus ‘años mozos’, una de las cuales me hizo reflexionar bastante.
Resulta que un amigo suyo (llamémosle
Jesús) estuvo locamente enamorado de una chica del pueblo (digamos Isabel) durante
gran parte de su vida, desde los cinco o seis años. Eran otros tiempos, y el
pobre chico nunca se atrevió a decirle nada. Además, vivían en un pueblo pequeño y
supongo que el ‘qué-dirán’ sacechaba en todo momento. Para esas situaciones, sin
embargo, los hobbitonianos (no me hace demasiada gracia desvelar el nombre del
pueblo) inventaron algo que permitía mayor fluidez en las relaciones
sociales: las verbenas o, como se decía entonces, el baile.
Ahora parece cómico, pero en
aquella época la aburrida vida de domingo giraba en torno a ellos. Todo el
mundo asistía y lo pasaba bien; bailando a veces, observando otras. El
procedimiento era sencillo: los chicos se acercaban a las chicas, bailaban una
“pieza” y después se acercaba un amigo del mozo, bailaba con la misma muchacha
para que al primero no se la quitaran, y así hasta que finalizaba la noche.
El último baile era el más
importante, porque después el chico acompañaba a la chica a casa. Así podían
hablar más tranquilamente y el zagal tenía oportunidad de deslumbrar a la
inocente doncella con su mejor repertorio de tácticas. Y, lo creas o no, de
este modo se formaron muchas parejas.
El problema venía cuando el
chico no podía bailar con la chica que le gustaba. O, al menos, no la última
pieza. Cada semana, el pobre Jesús vería cómo se escapaba otra oportunidad y
trataba de encontrar el lado positivo, bien mirando al futuro, bien
divirtiéndose con otras chicas. Por eso nuestro amigo, que nunca le confesó a
Isabel lo que sentía por ella, no pudo tener la relación con la que soñaba. No
coincidieron los bailes.
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