domingo, 26 de agosto de 2012

Artículo de opinión: el libro electrónico

En lo que acabo de escribir un montón de entradas que tengo pendientes, vuelvo a echar mano de algunas cosillas que tenía guardadas por las distintas carpetas de mi ordenador. Ahora es el turno de un artículo de opinión que tuve que escribir para Lengua Española II. Espero que te guste... Y que no estés demasiado en desacuerdo conmigo.


El libro electrónico es algo que tenía que irrumpir en nuestras vidas de forma irremediable, como ya había sucedido con cacharros anteriores, desde el ordenador hasta el mp3. Es cierto que el formato tradicional está presentando una dura batalla, pero eso también era algo previsible y evidente.
Reconozco las incontables virtudes del libro electrónico y no me importaría tener uno para determinadas situaciones. Pero eso no me impedirá seguir comprando las historias que me apetece tener o seguir buscándolas en la biblioteca. No hay nada comparable al olor a tinta (o a papel viejo, dependiendo de su estado), ni al susurro que hacen las páginas al ser pasadas, incluso aunque los ingenieros hayan incluido un sonido que hace lo propio en la versión electrónica. No creo que resulte igual de satisfactorio que poder sentir entre los dedos los filos de las hojas que contienen esos relatos que han dejado una huella especial.
En fin, mi postura parece clara. No puedo negar que me siento invadido (y un poco abrumado) por tanta tecnología, y los libros tradicionales son una de las pocas cosas que me ofrecen refugio y consuelo. Y no quiero renunciar a ellos. Quiero coger un volumen de mi saga favorita y ver las palabras que tengo subrayadas, los dibujos que hice en momentos de confusión mental y otras huellas que han caído en el olvido y que sólo las moléculas de celulosa pueden recordar. Quiero comprar los títulos que más me han marcado y poder envolverlos en papel de regalo para obsequiar a quien se lo merezca con algo que yo aprecio. Quiero ver en la cara del afortunado la expresión correspondiente al ver la portada. No quiero asociar ciertas historias con un cacharro frío, impersonal y promiscuo.
Porque no hay nada como rastrear un libro, hojearlo, llevártelo a casa y sumergirte en sus páginas. Todo eso se puede hacer también con el electrónico, diría un defensor de las nuevas tecnologías. Sin embargo, yo no me lo trago.

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