He decidido
que soy el chico más guapo que hay en mi planta de Zacut en estos momentos...
Pero también el más feo: resulta que soy el único. Bueno, eso lo omitiremos.
Y, en estos
momentos de silencio, soledad y armonía con el mundo, no puedo evitar sentir
cómo se multiplica mi amor por las bibliotecas (para el que no lo sepa, Zacut
es una de las bibliotecas más populares de Salamanca y fue bautizada así en honor
a un célebre astrónomo oriundo de la capital charra).
No puedo
evitarlo. Me encanta la tranquilidad, el ambiente de estudio, el susurro de las
hojas de apuntes, la luz que entra a raudales, el sonido de las teclas de los
portátiles, las estanterías repletas de libros… Todos estos factores han
contribuido a que pase tantas largas horas de estudio entre sus cuatro paredes
(o las de cualquier otra biblioteca, he sido bastante promiscuo en ese sentido)
y siempre he defendido que gracias a ellas he podido sacarme la carrera (o lo que
llevo de ella) de forma decente. Además, para qué negarlo, son un bonito y
adecuado punto de encuentro con compañeros de clase, amigos y conocidos: las
interminables tardes de estudio resultan más llevaderas gracias a ellos. Y
gracias a los enamoramientos temporales que, parece ser, abundan por estos
lares. Bueno, eso también lo omitiremos.
En fin, me voy
a estudiar, que para eso estoy donde estoy.
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