lunes, 18 de febrero de 2013

Bibliotecas


He decidido que soy el chico más guapo que hay en mi planta de Zacut en estos momentos... Pero también el más feo: resulta que soy el único. Bueno, eso lo omitiremos.
Y, en estos momentos de silencio, soledad y armonía con el mundo, no puedo evitar sentir cómo se multiplica mi amor por las bibliotecas (para el que no lo sepa, Zacut es una de las bibliotecas más populares de Salamanca y fue bautizada así en honor a un célebre astrónomo oriundo de la capital charra).
No puedo evitarlo. Me encanta la tranquilidad, el ambiente de estudio, el susurro de las hojas de apuntes, la luz que entra a raudales, el sonido de las teclas de los portátiles, las estanterías repletas de libros… Todos estos factores han contribuido a que pase tantas largas horas de estudio entre sus cuatro paredes (o las de cualquier otra biblioteca, he sido bastante promiscuo en ese sentido) y siempre he defendido que gracias a ellas he podido sacarme la carrera (o lo que llevo de ella) de forma decente. Además, para qué negarlo, son un bonito y adecuado punto de encuentro con compañeros de clase, amigos y conocidos: las interminables tardes de estudio resultan más llevaderas gracias a ellos. Y gracias a los enamoramientos temporales que, parece ser, abundan por estos lares. Bueno, eso también lo omitiremos.
Incluso me entusiasma el camino de ida. Vaya por donde vaya, siempre me encuentro con imágenes dignas de una postal que, he de admitir, me predisponen de forma favorable a que estudie mucho y bien. Eso ya no es mérito de las bibliotecas, pero lo contaremos de todos modos… O también lo omitiremos.
En fin, me voy a estudiar, que para eso estoy donde estoy.

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