Hace
unos meses escribí acerca de la aventura que supone pedir un
Erasmus... y conseguirlo. Yo tuve un par de crisis que me llevaron,
primero, a optar por otras becas (por si ésta me fallaba) y,
segundo, a tener una serie de pequeñas crisis relacionadas con el
próximo curso. Pero lo peor es que las sigo teniendo.
Y
es que mi experiencia previa al Erasmus está siendo una pequeña
odisea. Es cierto que me dieron mi primera opción (¡olé yo!) y que
todo tiene muy buena pinta. Sin embargo, también he tenido que pasar
por momentos que han puesto a prueba mi paciencia. Por ejemplo,
cuando mis futuros compañeros recibieron sendos correos en los que
se les informaba de que su documentación había llegado
correctamente, mientras mi bandeja de entrada seguía cruelmente
vacía (mi correo llegó casi tres días más tarde); o cuando me
enteré de que era la universidad de mi ciudad de destino la que
asignaba el alojamiento, sin establecer los criterios en los que se
basa y sin que nosotros podamos hacer nada, con la impotencia que eso
conlleva.
A
lo anteriormente mencionado hay que sumarle el hecho de que no voy a
poder hacer el mismo curso preparatorio que todos mis compañeros y
que mi alemán todavía no está para tirar cohetes.
Pero...
¿sabes qué? Tampoco es para tanto. Ahora es el momento en el que
saco a relucir el optimismo que me caracteriza y me digo a mí mismo
que todo saldrá a pedir de boca y que no hay mal que por bien no
venga.
Por
ello, reitero lo que dije en aquella pretérita entrada: el
año que viene estaré escribiendo desde Alemania... y tendré muchas
cosas que contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario