Si me conoces o has leído este blog
con regularidad, sabrás que viví un año de mi vida en Barcelona.
Fue un curso inolvidable, repleto de grandes experiencias y de personas que, a día de hoy, siguen siendo
importantes en mi vida. Fueron nueve meses tan buenos que cuando
abandoné la ciudad y vi cómo el tren se alejaba irremediablemente,
sólo había un pequeño sentimiento de vacío en mi pecho. Pero nada
de tristeza. En mi cara estaba grabada una amplia sonrisa y de mi
boca únicamente salían palabras de agradecimiento.
Con el paso del tiempo, empecé a
organizar pequeños viajes de vuelta. Visitas en las que, si bien
brevemente, podía volver a ver a quienes se habían abierto un hueco
en mi lista de amigos. También podía reencontrarme con la ciudad,
pasear por sus calles, volver a pisar los bares que solía frecuentar
e incluso seguir explorando las pequeñas y grandes joyas que abundan
en la ciudad condal.
'¿Y a qué viene todo esto?', te
estarás preguntando. Pues muy sencillo: a que el destino a veces es
tan irónico conmigo como lo soy yo con los demás. Te diré, para
empezar, que mi primer retorno a Barcelona tuvo lugar apenas una
semana después del final de curso y fue una escala de unos pocos
minutos en el aeropuerto, durante un vuelo con destino Menorca. Y
añadiré que me he visto obligado a pasar la noche en él una vez
más: justo en mi viaje de ida a Alemania, el país que me acogerá
durante mi año Erasmus...
En una ocasión, una amiga me recordó
una frase de una famosa canción. 'Al lugar donde has sido feliz no
debieras tratar de volver'. Yo puedo afirmar con orgullo que en
Barcelona fui feliz... Pero también diré con rotundidad que trataré
de volver. Aún son muchos los amigos que me esperan aquí y sigo
teniendo ganas de viajar cuando se me presenta la oportunidad. Sin
embargo, sí que es cierto que estas pequeñas bromas del destino me
dejan un poco descolocado y, por eso, ahora que en cierto modo he vuelto, no sé muy bien cómo
sentirme.
Un saludo desde el Aeropuerto del Prat,
Barcelona.
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