Ya he comentado alguna
vez que no soy demasiado cinéfilo. No es que no me guste ir al cine,
o ver películas, es que parece que nunca encuentro el momento de
hacerlo. Sin embargo, a veces la vida te regala oportunidades para
ello - bien porque no tienes otra cosa que hacer o, simplemente,
porque necesitas el entretenimiento que sólo dos horas ante la
pantalla te pueden proporcionar. Y también puede pasar que las
circunstancias te empujen a optar por algo optimista y alegre.
Así me encontraba yo
cuando me senté delante del ordenador y le di al botón de
reproducir. Me esperaba algo que me permitiera desconectar hasta que
llegara la hora de irse a la cama, y creo que en cierto modo lo
conseguí. El lado bueno de las cosas (Silver linings,
en versión original) es una de esas comedias americanas que hacen
que mantengas el suficiente interés en ellas como para llegar hasta
el final, pero que no necesariamente volverías a ver. El argumento
no es malo, los actores tampoco (de hecho, Jennifer Lawrence ganó el
Oscar gracias a su interpretación) y el conjunto resulta bastante
aceptable.
Tengo que reconocer, sin
embargo, que me esperaba algo más. Tal vez mi vena criticona afloró
justo en ese momento, pero el caso es que no me parece que haya nada
reseñable en esta película. Y, por pura deformación profesional,
tampoco puedo dejar de comentar que he sido bastante consciente de la
traducción. Por algún motivo, las frases me sonaban demasiado
artificiales y forzadas en castellano. Supongo que a alguien se le
escapó algún que otro calco, o que yo estaba especialmente atento.
Para concluir, sin
embargo, debo recordar que soy un acérrimo defensor de las películas
ñoñas y las comedias americanas, así que te recomiendo
encarecidamente que la veas (si lo que he escrito te echa para atrás,
acuérdate de las buenas críticas que ha recibido y del Oscar que se
llevó la Lawrence). Pero, sobre todo, te recomiendo que veas “El
lado bueno de las cosas”.
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