Hace unos cuantos meses escribí el resultado de un debate muy interesante que tuve con unos amigos del Erasmus. Yo defendía que el blingüismo no existía y me proporcionaron un argumento tan sólido que cambié de opinión en el momento. Procedo a explicarlo.
Las razones por las que,
para mí, el bilingüismo absoluto es una mera utopía son muy
básicos: para empezar, considero que una persona nunca puede dominar
al 100 % un idioma “nuevo”, que ha aprendido cuando ya tenía
asentada una lengua materna. La riqueza léxica de cualquier lengua y
la influencia que ejerce la materna son obstáculos insalvables.
Incluso en los casos de esos malditos suertudos, los que tienen dos
lenguas maternas, siempre habrá una que predomine sobre la otra
(esto lo digo desde mi punto de vista, externo, ya que no es mi caso).
No obstante, yo mismo
estoy cavando mi propia tumba cuando digo que la riqueza léxica es
un obstáculo para los que aspiramos a ser bilingües artificiales.
Entonces, tampoco dominaremos nunca del todo ni siquiera nuestra
lengua materna. Éste es el argumento en el que se apoyaba mi amiga
cuando me decía que, si no creía en el bilingüismo, tampoco podía
creer en el monolingüismo.
Y es que, señoras y
señores, yo no era consciente de la existencia de otro término: el
equilingüismo. Una vez introducimos esta palabreja en nuestro
vocabulario, nos damos cuenta de que, efectivamente, una persona
puede ser perfectamente bilingüe. O trilingüe. O políglota. Ahora
la cuestión es... ¿se puede ser equilingüe?
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario