Aunque no estoy a favor
de juzgar un libro por su portada, creo que puede ser una razón tan
buena como cualquier otra para elegir nuestra próxima lectura. O
algo así pensé cuando vi el llamativo átomo dibujado en el lomo de
Quantic Love, en la sección de literatura juvenil de la
biblioteca.
Evidentemente, sabía a
lo que me enfrentaba: una historia para adolescentes en la que la
ciencia y, presumiblemente, el amor se entrecruzarían
constantemente. Podría haber sido un libro del montón, como tantos
otros, de los que tanto habría disfrutado en mi adolescencia (por
algún motivo, ya me considero adulto); pero también podía tener la
suerte de encontrarme ante un ejemplar algo más original por el
motivo que fuera. Pues fui afortunado y lo que ocurrió se
corresponde más con la segunda opción.
No es que no fuera una
histora (un poco) prototípica, dirigida a un público juvenil casi
exclusivamente, porque en realidad sí que lo es. Pero es que,
además, está plagado de citas interesantes y datos bibliográficos
de científicos famosos, así como de explicaciones sobre diversos
descubrimientos, procesos e instalaciones científicas. No en vano,
la autora es una reputada doctora en física, que ha trabajado en los
más prestigiosos centros de investigación. Con Quantic Love
ha demostrado que tampoco se le da nada mal escribir, que se puede
acercar la ciencia a los jóvenes un poquito más y que los híbridos
de ciencias y letras no somos tan raros.
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