Ay, qué bellos son los
reencuentros. Sobre todo cuando son tan ansiados y desde hace tanto tiempo como
éste. Y es que hacía ya unos cuantos años que no leía ningún libro de Lorenzo
Silva (La flaqueza del bolchevique no
cuenta, porque fue relectura) y tenía ganas de echarle la mano encima a La marca del meridiano desde que fue publicado
allá por 2012. Año en que, por cierto, ganó el Premio Planeta a la mejor novela.
Y es que esta obra no es
sólo un reencuentro con uno de mis escritores predilectos, sino también con los
personajes que protagonizan la saga: mis queridos Rubén Bevilacqua (siempre me
asalta la duda de si sabría repetir el apellido en caso de que se me presentara
de improviso) y Virginia Chamorro. Ambos forman una de las parejas a las que
más cariño tengo de todas las de la literatura policiaca que ha caído en mis manos.
Este libro también supone
un reencuentro con zonas del territorio español que me tocan la fibra sensible
(aviso spoiler) y un paseo más por el
rico mundo mental del brigada Rubén Bevilacqua, Vila para los amigos. Las
divagaciones y reflexiones, tan omnipresentes en las obras de Lorenzo Silva,
hacen que esta novela tenga su sello inconfundible y permiten que esté a la
altura de lo que esperamos de él. La trama, tan buena como cualquier otra, se
ve complementada por dichas cavilaciones y por un gran título... Especialmente
cuando sabes todo lo que hay detrás.
Lo cierto es que me cuido
muy mucho de afirmar que Lorenzo Silva no es mi autor favorito. Sin embargo, en
vista de que la plaza sigue vacante y de que empiezo a conocer su obra en
aceptable profundidad, lo que no puedo negar es que es uno de mis habituales y
que intentaré seguir leyendo todo lo que escriba. Me gustaría que la saga de
Bevilacqua y Chamorro continuara pero, si no, estaré encantado de leer
cualquier libro que Lorenzo Silva tenga a bien escribir.
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