jueves, 10 de septiembre de 2015

Revisar o no revisar, ésa es la cuestión




Después de cuatro años escribiendo en el blog sobre todo lo mínimamente relacionado con la traducción y la interpretación, incluyendo reseñas de libros y batallitas personales, me he dado cuenta de que he pasado por alto una parte fundamental del proceso: la revisión.

Lo cierto es que el término ‘revisión’ es un poco ambiguo. Por un lado, todo buen traductor revisa cada una de sus traducciones unas cuantas veces antes de entregar el producto final. Por otro, en el mercado hay un nicho bastante grande para revisores, que introducen los cambios que estiman oportunos en el trabajo de, en este caso, una tercera persona. Después, puede ser que el traductor original, dependiendo del cliente, reciba dicha revisión y acepte (o no) los cambios.

La pregunta es… ¿Es imprescindible hacer que toda traducción pase por un proceso de revisión? Al fin y al cabo, no deja de ser una forma de cuestionar el trabajo del traductor y que hace que el proyecto se alargue, a veces de forma innecesaria. Además, es habitual que los cambios sean mínimos o incluso inexistentes. Así pues, ¿qué hacemos?

Yo he participado en proyectos de traducción en los que la revisión era un paso obligatorio. Por ejemplo, en mi añorado Munusal, donde participé como periodista, traductor, revisor e intérprete (y, además, me dieron el premio al más fiestero… Pero también al de mejor periodista, ¿eh?). En este caso, se nos pasaba la revisión de nuestra traducción para que fuéramos nosotros los que aceptáramos o rechazáramos los cambios, de modo que el producto final estaba en nuestras manos (para eso luego iba firmado a nuestro nombre). Era una forma de asegurarnos de que no había errores (o de detectarlos y corregirlos si los había) y de mejorar el texto. No obstante, esto también retrasaba mucho el proceso, que se convertía en algo tedioso, y era habitual que los cambios no fueran necesarios, con lo cual el tiempo extra en parte era tiempo perdido e incluso hacía que el artículo dejara de resultar relevante.

Técnicamente, yo creo que el proceso de revisión es algo positivo e incluso ineludible en situaciones muy concretas. Además, reconozco que a mí me gusta mucho revisar y que me divierte cambiar todo lo que me parece mínimamente mejorable. Sin embargo, también creo que la labor de un buen traductor es asegurarse de que este proceso es algo innecesario, puesto que lo ideal sería que las traducciones fueran tan buenas que no se necesitara un proceso de revisión. Además, está la cuestión de dónde situar la fina línea que separa una buena revisión de una mera reformulación de conceptos: al fin y al cabo, si algo está bien y completo, no hay porque cambiarlo; lo fundamental es cerciorarse de que el significado del original no se ha perdido y de que el texto meta no contiene ninguna falta de ortografía, puntuación ni estilo y resulta perfectamente legible.

Conclusión: dejémoslo en manos del cliente. Él verá lo que hace. Y, si está en nuestro poder decidir, optemos por lo que nos dé los mejores resultados… Sin alargar el proceso de forma innecesaria.

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