Después de cuatro años escribiendo en el blog sobre todo lo mínimamente
relacionado con la traducción y la interpretación, incluyendo reseñas de libros y batallitas
personales, me he dado cuenta de que he pasado por alto una parte fundamental
del proceso: la revisión.
Lo cierto es que el término ‘revisión’ es un poco ambiguo. Por un lado,
todo buen traductor revisa cada una de sus traducciones unas cuantas veces
antes de entregar el producto final. Por otro, en el mercado hay un nicho bastante
grande para revisores, que introducen los cambios que estiman oportunos en el
trabajo de, en este caso, una tercera persona. Después, puede ser que el traductor original,
dependiendo del cliente, reciba dicha revisión y acepte (o no) los
cambios.
La pregunta es… ¿Es imprescindible hacer que toda traducción pase por un
proceso de revisión? Al fin y al cabo, no deja de ser una forma de cuestionar
el trabajo del traductor y que hace que el proyecto se alargue, a veces de forma innecesaria. Además, es habitual que los cambios sean mínimos o incluso inexistentes. Así pues, ¿qué hacemos?
Yo he participado en proyectos de traducción en los que la revisión era un
paso obligatorio. Por ejemplo, en mi añorado Munusal, donde participé como
periodista, traductor, revisor e intérprete (y, además, me dieron el premio al
más fiestero… Pero también al de mejor periodista, ¿eh?). En este caso, se nos
pasaba la revisión de nuestra traducción para que fuéramos nosotros los que
aceptáramos o rechazáramos los cambios, de modo que el producto final estaba en
nuestras manos (para eso luego iba firmado a nuestro nombre). Era una forma de
asegurarnos de que no había errores (o de detectarlos y corregirlos si los
había) y de mejorar el texto. No obstante, esto también retrasaba mucho el proceso,
que se convertía en algo tedioso, y era habitual que los cambios no fueran
necesarios, con lo cual el tiempo extra en parte era tiempo perdido e incluso
hacía que el artículo dejara de resultar relevante.
Técnicamente, yo creo que el proceso de revisión es algo positivo e incluso
ineludible en situaciones muy concretas. Además, reconozco que a mí me gusta
mucho revisar y que me divierte cambiar todo lo que me parece mínimamente mejorable. Sin
embargo, también creo que la labor de un buen traductor es asegurarse de que
este proceso es algo innecesario, puesto que lo ideal sería que las
traducciones fueran tan buenas que no se necesitara un proceso de revisión.
Además, está la cuestión de dónde situar la fina línea que separa una buena
revisión de una mera reformulación de conceptos: al fin y al cabo, si algo está bien y completo,
no hay porque cambiarlo; lo fundamental es cerciorarse de que el significado del original
no se ha perdido y de que el texto meta no contiene ninguna falta de ortografía,
puntuación ni estilo y resulta perfectamente legible.
Conclusión: dejémoslo en manos del cliente. Él verá lo que hace. Y, si está
en nuestro poder decidir, optemos por lo que nos dé los mejores resultados… Sin
alargar el proceso de forma innecesaria.
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